sábado, 2 de febrero de 2013

11 y 6

  Era una mañana de verano, de calor húmedo. Mi estado de ánimo oscilaba entre la euforia y la depresión. Mis amigos lo atribuían a que había dejado de fumar. Esperaba en la misma parada, el mismo omnibus, a la misa hora con el mismo guarda. Pero la fotocopiadora se trancó. La vi apenas saqué el boleto. Cuarta fila, derecha, contra la ventana, sentada sola. Dormida.
Supe entonces dos cosas. Que ella era perfecta para mi y que si no hacía algo no la volvería a ver nunca más en mi vida. Algo me hizo acordar al Vasco. El me dijo que las mujeres que valen la pena se merecen un discurso largo. Y después seguir el consejo del japonés, comenzar la historia con un "Había una vez" y terminarla con "Es una historia triste, no lo crees?".
Acomodaba mis papeles en la cabeza, pero no aparecía nada interesante. Una luz que se pone amarilla, un conductor prudente que frena de golpe, ella que se despierta, yo que me toca.

- Había una vez un niño y una niña de nueve años. Ella se llamaba Daniela, pero le decían Dani. El Henry pero no le decían otra cosa. A Dani le faltaba un brazo. En realidad medio, desde un poco más arriba del codo. Ella nunca le dijo cómo lo había perdido. A el no le importaba. A sus padres si. Arriesgaban malformación de nacimiento o accidente (de tránsito o doméstico) en partes iguales. Lo importante es que a Dani le faltaba un brazo. O medio.
 Usaba siempre camisas o remeras de manga larga. Tenía algo que llamaban prótesis, pero no era otra cosa que un brazo de muñeca. Se las ingeniaba bastante bien sola en todo. Como no podía atarse los cordones, prefería usar suecos.
Como vivían cerca, se tomaban el mismo onmnibus para ir a la escuela y no tardaron en hacerse amigos. A esa edad es fácil, sólo basta tener algo en común, aunque sea un color favorito. Si alguien me apura, ahora que pienso, ella fue su primera amiga. Si me siguen apurando diría que fue su única amiga. El pulso sexual terminó por arruinar el resto de sus relaciones con el sexo opuesto.
A Dani le gustaba mucho pintar uñas. Su madre no la dejaba pintar la prótesis. Así, Henry se ofrecía para que le pintara las suyas. El amaba el olor del esmalte, le hacía acordar a su madre. Además, mientras se las pintaba, Dani le contaba cosas geniales. Un día le dijo que su número favorito era el seis. Era el primer número que no podía contar con los dedos de su mano. Representaba todo lo que ella soñaba y no tenía. Nunca le explico bien que eran esos sueños, se le llenaba la garganta de nuditos cuando lo intentaba. Y Henry sabía que ahí no podía hacer nada y esperaban callados que el esmalte se secara.
 Una de esas tardes de manicura, el olor a esmalte fue demasiado para Henry, le recordó tanto a su madre que no pudo contenter las lágrimas. Dani le había dicho que ella sentía a veces cosquilleos en el brazo que le faltaba. Así se sentía el sin su madre, sintiéndola estar donde ya no estaba.
 Dani dejó que Henry se descargara un rato llorando. Luego se levantó y trancó la puerta del cuarto. Después mirando el piso le dijo:
-¿Querés ver algo que nunca viste? Cerrá los ojos.
Cuando Henry volvió a abrirlos Dani se había quitado la camisa. Vestía un musculosa blanca y se había sacado la prótesis. Los dos miraban el muñon en silencio. Nunca nadie se había expuesto así para el. Esa fue la primera vez que Henry vio a una mujer desnuda. Una mujer de nueve años. Una mujer desnuda con la ropa puesta.

Es una historia triste, no lo crees?